Las calles de nuestros padres

En el verano de 2019 tuve la oportunidad de conocer a Ralph Barby.

Fue en la presentación del libro “Sala de disección”, un volumen en el que el autor recopilaba diversos relatos de terror que habían quedado abandonados en un cajón durante años.

Supe de tal evento gracias a mi hermano, que me preguntó si quería acompañarle a la presentación en la librería Alibri, en Barcelona. Después de la sorpresa inicial, me surgió una pregunta: ¿Ralph Barby existe?  Lo averigüé pocas horas después.

Efectivamente, allí estaba un personaje mítico.  Ralph Barby, cuyo nombre original es Rafael Barberán, uno más de la legión de escritores que publicaron con seudónimo durante décadas en novelas de bolsillo que la editorial Bruguera bautizó como Bolsilibros, y que reunían western, ciencia ficción, novelas románticas, de terror y policíacas

En la conferencia, Barby nos contó lo duro que tuvieron que trabajar en aquellos tiempos en los que, para ganarse la vida, se veían en la obligación de escribir cuatro novelas al mes, con la inestimable ayuda de sus esposas, que les asistían en tareas de redacción y corrección.

Entre estos autores, había uno que escribía con el seudónimo de Silver Kane, que no era otro que, oh sorpresa, Francisco González Ledesma, ganador del premio Planeta por “Crónica sentimental en rojo”, obra cumbre del policíaco español. Silver Kane/González Ledesma: toda una leyenda.

Francisco González Ledesma, o Silver Kane. Libros de mi colección privada

Como no podía ser de otra forma, mientras Barby nos hablaba de los Bolsilibros, mi cabeza viajó hasta el pasado, y visioné las caminatas que daba con mi padre por las librerías de viejo en las que se amontonaban esas novelas que, gracias a sus portadas y a su ritmo pegadizo, consiguieron meterme de lleno en el mundo de la literatura. Con mayúsculas.

Al terminar la conferencia, fue inevitable que los asistentes compartiésemos esa vivencia común: la de recordar aquellos paseos por rincones de entonces que incluso pueden encontrarse ahora, tiendas donde es fácil descubrir un billete a la infancia y que se encuentran en calles que estaban antes de que naciéramos nosotros: las calles de Barby y Kane. Las calles de nuestros padres.

Al rojo vivo, Easy

La primera vez que leí a Walter Mosley fue de casualidad.

Visitar librerías de viejo para buscar novelas policíacas a buen precio, es un vicio que adquirí hace mucho tiempo. Pero hará un par de años atrás, retomé esta búsqueda con aún más interés. En ello estaba cuando di con un ejemplar de Rubia peligrosa , publicada en nuestro país en 2009. Me llamaron la atención el título y la portada. Con el libro entre manos, me di cuenta de que el escritor era el mismo de El Demonio vestido de azul, novela que por entonces todavía no había leído. De hecho sólo conocía el largometraje del mismo nombre, protagonizado por Denzel Washington. No me lo pensé ni un minuto y lo compré. El caso es que al hacerlo no sólo descubrí a un autor desconocido para mí, sino también todo un mundo, el mundo de Easy Rawlins.

Al rojo vivo, Walter Mosley, 2021/ Fotografía de mi ejemplar

El que haya leído algo del bueno de Easy Rawlins, sabrá que es el detective que protagoniza la obra de Walter Mosley. Easy es un detective poco corriente. Muy poco corriente. De hecho, lo que hace es meterse en un lío tras otro por un trabajo poco recompensado en el que recibe trompazos sin parar. Esto podría ser común en otros sabuesos de la literatura negra, pero a diferencia de Sam Spade, Lew Archer o Philip Marlowe, Easy tiene una vida familiar con sus correspondientes buenos momentos, pero también con sus quebraderos de cabeza.

En la lectura de Rubia peligrosa conocí a buena parte de los miembros de esta familia, y así de repente, caminé un poco a ciegas entre tanto personaje. No los conocía, eran nuevos para mí y me costó un poco pillar lo que movía la vida personal del detective. Esto os lo comento porque puede ser que le ocurra también a lectores que no conozcan la obra de Mosley y se atrevan ahora con Al rojo vivo.

En Al rojo vivo (título original Blood Grove, cuya traducción vendría a ser arboleda sangrienta) nos encontramos con un caso que transcurre durante el verano de 1969, en el que a Easy le contratan para averiguar que ocurrió durante cierta noche en una arboleda que produce la naranja sanguina, o de sangre (aquí el título original). Quien le contrata es un ex soldado de la guerra de Vietnam que sospecha que allí se produjo un asesinato. Pero está confuso, no lo tiene claro y le pide a Easy que aclare si en realidad ocurrió algo o no… y vaya si ocurrió.

El relato, como en las otras novelas de Mosley, nos llevará a un mundo sórdido de violencia, racismo, sexo, y drogas, los ingredientes habituales que conseguirán que no soltemos el libro ni para comer “naranjas”.

Una advertencia: Walter Mosley es adictivo.

Ahora eres más grande que nunca

Podía haber sido cualquiera de nosotros, pero tú fuiste el primero en comprar el Kill’Em All de Metallica. A mediados de los 80, Metallica era para mi una promesa, pero tú nos hablaste de su sonido distinto, fresco, rápido, y nos convocaste para que pudiéramos escucharlo en tu casa. El primer tema se llamaba Hit the Lights, y eso es lo que hiciste para mí, encenderme una luz, llenarme de una energía que entonces me pareció increíble. Recuerdo esa tarde como si fuera ayer, el disco girando en el plato, las guitarras acuchillando el espacio y de repente te veo a ti, mirándome sonriente al ver la sorpresa dibujada en mi rostro prácticamente infantil.

Kill’Em All. Portada del primer disco de Metallica

La vida nos separó durante un tiempo, pero volvimos a encontrarnos al principio de los 90. Me había distanciado de ti y del rock duro, pero me invitaste de nuevo a pasar una velada contigo, esta vez los dos solos, tu mujer durmiendo con vuestra hija y nosotros en el comedor viendo videoclips de bandas de metal hasta las tantas, olvidándonos incluso de cenar, devorando magdalenas con bourbon de madrugada. Aquella noche recuperé viejos sonidos y volví a sentir cómo corría aquella energía de nuevo, sintiendo que habías vuelto a encender la llama de nuestra adolescencia.

Pero dejamos de vernos durante mucho, demasiado tiempo, y de nuevo apareció Metallica para unirnos, hace cinco o seis años atrás. Fue mágico, como si no hubiera transcurrido más de una década. Brindamos, reímos, y creamos un grupo de Whatsapp. Qué pasada, una cosa tan simple, pero sirvió para compartir vivencias y músicas contigo y con los demás, y de nuevo el heavy en forma de videos en el móvil, fluyendo la luz una vez más.

Y hace unas horas que me han dicho que ya no estás, que nos has dejado, tío. No puede ser, sabes que no puede ser. Lo sé yo y lo sabemos los demás. Tanta luz no se puede acabar Quique, no puede desaparecer. Es todo lo contrario: ahora eres más grande que nunca.

 

La gabardina de Sergi Pàmies

La nostalgia es arqueología: investiga vestigios y los interpreta.

Esto lo dice Sergi Pàmies en su último libro, L’art de portar gavardina, una preciosidad repleta de referencias personales que destila nostalgia en cada página.

Escribo esto inspirado en el libro de Sergi, poco después de habérmelo terminado, mientras viajo con destino a Firadisc, feria de discos que se celebra cada año en  Sants. Firadisc es una fiesta que reúne a curiosos, nostálgicos y coleccionistas. Yo me considero de estos últimos, ya que colecciono jazz de los  años 50 y 60 y por lo tanto, no siento nostalgia por un tiempo que no he vivido. Pero quizá porque me estoy haciendo mayor, hoy visito la feria atacado por la añoranza. Voy a hacer una investigación de arqueología, que será la de encontrar viejos singles, discos de 45 rpm, de un grupo que me encantaba hace 35 años atrás, Iron Maiden.

Single de Iron Maiden. 1983. Fotografía tomada de un expositor de Firadisc.

Iron Maiden es una banda de heavy metal, todavía en activo, que marcó mi adolescencia no solo por el sonido inconfundible y eléctrico de sus guitarras y el bajo, sino también por las portadas de los discos en los que invariablemente, aparecía la mascota del grupo, un personaje de estética zombie llamado Eddie.

Es a la búsqueda de este Eddie a lo que me dedico esta noche, supongo que para interpretar mi adolescencia no sólo con un recuerdo tangible, un disco, sino también con una experiencia acústica que me llevará al pasado cuando la aguja se pose sobre el vinilo. Recuperaré así vestigios arqueológicos de una juventud que como en la  de Sergi Pàmies, no hay nada que superar. O quizá sí, pero cuando suene la música sabré que no será necesario interpretar nada porque nadie interpreta la felicidad. Si la has sentido alguna vez, se vive. O se revive.

 

Quini

Quini, Enrique Castro “Quini”, delantero centro del Barcelona y del Sporting de Gijón, murió ayer de un ataque al corazón después de haber luchado durante años contra el cáncer.

Sus antiguos compañeros cuentan que Quini, además de ser un gran delantero, era un tipo excepcional. Ganó varios títulos con el Barcelona, marcando para este club el gol número 3.000 de su historia. Sólo por eso Quini ya es un mito, pero pese a todo, su figura siempre me transmitió una aureola de tristeza, cierta melancolía.

Quini vino al Barcelona con 31 años, una edad tardía para alguien como él, así que nunca sabremos qué hubiera podido conseguir si hubiera fichado antes por el Barça. El Brujo, héroe en su Gijón, firmó por un equipo en el que llegaron a coincidir Schuster y Maradona, y esto siempre me causó aflicción, porque aunque Quini lo daba todo, entre tantas estrellas resultaba eclipsado. Incluso con el gol más importante de su carrera tuvo algo de mala suerte.

El gol al Standard de Lieja. Camp Nou, 12 de Mayo de 1982 | Foto: Agencia EFE

En la final de la Recopa de 1982, Quini fue más vivo y rápido que nadie, porque ni la televisión pudo recoger el golazo que le marcó al Standard. Hubo también un secuestro de por medio, 25 días en que vivimos con el corazón en un puño. Salió de aquello sano y salvo, pero muy tocado, como el Barcelona, que no se recuperó del trance y perdió una liga que tenía prácticamente en el bolsillo. Creo que aquel año, los barcelonistas perdimos mucho más que una liga.

Quini formaba parte de un tiempo en el que los futbolistas cumplían sus contratos y vestían una o dos camisetas en toda su carrera, y sin publicidad en el pecho. Con su muerte se cierra otra etapa de nuestra vida, una más. Lo único que no cierra nunca es la melancolía. Adiós, Brujo.

 

 

Motörhead

Motörhead fue una banda inglesa de rock duro fundada en 1975 por Lemmy Kilmister, cantante, bajista y alma de un grupo que ya desde sus inicios creó un sonido propio, un estilo crudo y peculiar que atrapó a seguidores del rock duro, el heavy metal y el punk.

Durante sus primeros años, siempre con Lemmy como cabecilla, Motörhead tuvo distintos miembros hasta dar en 1977 con su formación clásica, el trio formado por el propio Lemmy, Philthy Animal Taylor a la batería y Fast Eddie Clarke a la guitarra.  Sin duda, esta fue la formación más potente gracias a álbumes como “Overkill”, “Bomber”, “Ace of Spades” y “Iron Fist”.

Motörhead. Sesión de “Ace of Spades” 1980 | Foto: Alan Ballard

Después de “Iron Fist” las cosas empezaron a cambiar. Fast Eddie Clarke abandonó el grupo, y algo más tarde también Taylor. A partir de ese momento, la banda pasó por distintas etapas. Nuevos músicos, nuevos discos, pero siempre con una misma enseña, la voz cazallera de Lemmy Kilmister.

Durante toda su existencia, Motörhead sacó discos prácticamente cada año,  realizó giras mundiales sin parar, enloqueció a varias generaciones e influenció a bandas como Metallica. Y fue precisamente el cantante de Metallica, James Hetfield, quien anunció en Facebook la muerte de Motörhead.

Philthy Animal Taylor nos dejó en noviembre de 2015, y un mes después,  Lemmy. Los miembros de entonces, huérfanos de su líder, comunicaron la disolución de la banda, pero no fue hasta el pasado jueves, después de la muerte de Fast Eddie Clarke, que no sentimos como definitiva la desaparición de una banda que llenó nuestras vidas de ruido y felicidad.

De la misma manera que ocurrió con los Ramones, Motörhead no arrastrará su nombre por escenarios o estudios con suplentes o imitadores, porque nadie puede tocar como ellos. Motörhead es inimitable.

Motörhead es leyenda.

Lágrimas en la lluvia

“Lágrimas en la lluvia” es la frase más famosa del monólogo que pronuncia Roy Batty (Rutger Hauer) en Blade Runner, película dirigida en 1982 por Ridley Scott y de la que se acaba de estrenar su segunda parte, Blade Runner 2049.

En su momento, Blade Runner recibió críticas lamentables, algo habitual en la ciencia ficción. Y es que éste es un género difícil, que nos obliga a hacer un esfuerzo, el de creernos todo aquello que vemos y  que, aunque sabemos que no es real, lo debe parecer. Yo, por entonces, me la creí, y la adoré. Y cuando se siente adoración por algo es complicado analizarlo con frialdad. Pero ha transcurrido mucho tiempo y ya no somos los mismos. ¿Qué pasa, entonces, con Blade Runner 2049?

Ryan Gosling, Blade Runner 2049

De la primera a su secuela transcurren 30 años en el tiempo. En el nuestro, algunos más. Pero como decía el tango, treinta años no es nada. ¿Seguro? Los Ángeles de 2019 presentaba una sociedad oscura, en la que los humanos se entremezclaban con unos seres sintéticos llamados replicantes, seres desprovistos de sentimientos construidos para nuestro goce, esclavos creados con una fecha de caducidad de 4 años de existencia. En aquel futuro, el sintético Roy se nos desvela como el más humano de toda la película y llora mientras muere. Lágrimas en la lluvia.

En el Blade Runner de 2049, la sociedad se me asemeja más a la de hoy que a la del futuro que me plantean. En Los Ángeles de 2049 niños sintéticos mal viven para que tengamos móviles última generación, mujeres de plástico trabajan como prostitutas y policías medio humanos disparan y matan sin piedad a todo lo que respira.

Pero todavía hay algo más que me hace más próximo el Los Ángeles de 2049 que el de 2019. En el pasado es Roy Batty el único sintético que llora. Treinta años después, todos los seres sintéticos han aprendido a llorar. No hay otra opción. Son ya más humanos que nosotros. Todos, o casi todos,  mueren mientras sus lágrimas desparecen en la lluvia o en la nieve.

Podría criticar a Blade Runner 2049 por larga, por excesiva y por muchas otras cosas, pero no puedo hacerlo. Ya siento devoción por ella.

Joan Colom. La Calle

Joan Colom fue el fotógrafo de los bajos fondos, de la Barcelona más pintoresca del entonces llamado Distrito Quinto, el barrio chino, una Barcelona sórdida y morbosa, ciudad de prostitutas y marineros de la sexta flota. Joan Colom ha muerto hoy a la edad de 96 años.

Colom empezó a fotografiar la calle en 1958, usando una estrategia muy original para captar aquella humanidad desbordante: cámara en mano escondida entre sus manos, disparaba por debajo de la cintura para no ser sorprendido por los personajes del “chino”.  Su cámara una leyenda, la Leica M2, invisible, espontánea: “el sistema de trabajo me debía permitir hacer fotografías de manera regular y continuada, semana tras semana, sin poner en peligro mi integridad física y sin perder la capacidad de atrapar las situaciones de manera espontánea”, declaraba.

“En la Rambla hay prostitutas, turistas, delincuentes, policías… y yo.” Joan Colom ( 1921-2017)

Su primera exposición tuvo lugar en el año 1961. No podía llamarse de otra manera, “El carrer” ( La Calle), muestra que atrajo la atención de Lumen, editorial que utilizó sus fotografías que, unidas a los textos de Camilo José Cela crearon un clásico, “Izas, cobrizas y colipoterras” un libro de culto dedicado a las prostitutas del chino que todavía hoy no puede dejar de contemplarse con el corazón en un puño.

“Yo hago la calle”, confesó Colom. A mi no me cupo duda de ello cuando tuve la oportunidad de ver la exposición celebrada por la Obra Social Caja Madrid en mayo de 2005 (cómo pasa el tiempo), en la que además de sus fotografías pude ver una filmación realizada por él mismo. Colom atrapaba a los personajes, les seguía, les hacía los protagonistas de su obra, los soltaba, los abandonaba cuando ya nada le decían o cuando encontraba una pieza mejor, más sórdida, más humana, hipnotizando al espectador, sumergiéndolo en imágenes que perdurarán en mi memoria para siempre, aunque él ahora ya no esté.

Joan Colom hacía la calle, y nosotros hemos tenido la suerte de poder verla.

 

BATMAN. SOCK! POW! WHAP!

Cuando yo era niño, los cómics Marvel se editaban en tomos que no respetaban ni las portadas ni los colores originales, y pese a todo tenían una magia que me atrapó para siempre. Crecí con superhéroes como Spiderman y el Capitán América, pero había otros a quienes entonces miraba de reojo. Eran los de la otra editorial, DC Cómics, que entre sus filas contaba con superhéroes como Batman.

Batman, creado por Bob Kane en 1939, era un detective oscuro que disfrazado de murciélago luchaba contra todo tipo de criminales. Podría haberme sentido atraído por él sino hubiera sido por cierta serie de televisión de 1966 que, reestrenada aquí a mediados de los 80, no mostraba el Batman original sino una versión ingenua. Y sin embargo… SOCK! POW! WHAP!

Michael Uslan, escritor y productor cinematográfico,  luchó para que Batman volviera a sus siniestros inicios. Uslan aborrecía la serie de 1966 protagonizada por Adam West, y como a mí, le parecía absurda aquella amalgama de estética pop que mezclaba el baile del Batusi  con superhéroes. Y sin embargo… SOCK! POW! WHAP!

Adam West (1928-2017) Batman para siempre.

Uslan consiguió lo que quería en 1989. Junto a Tim Burton, dio con la tecla para que Batman volviera a ser el Caballero Oscuro original. Me gustó, y gracias a Burton descubrí cientos de cómics de Batman que habían pasado totalmente desapercibidos para mí.  Me enganché hasta tal punto que aparqué a Marvel y traicionándola, me metí de lleno en el mundo de Batman.

Fue entones cuando vi con otros ojos aquel Batman televisivo que aunque no respetaba el original, que bailaba, y que cuando soltaba puñetazos a los malos llenaba la pantalla de onomatopeyas como SOCK! POW! WHAP!, me enganchó para siempre.  Y hoy, un día justo después de la muerte de Adam West y todavía triste por su pérdida, deseo que en mis horas bajas pueda seguir encontrándole donde estuvo siempre: A la misma Bat-hora y en el mismo Bat-canal.

El Ministerio de Hitchcock

El Ministerio del Tiempo,  serie de ciencia ficción creada por Javier y Pablo Olivares para Televisión Española, ha iniciado esta semana su esperada tercera temporada de viajes al tiempo pasado.

Acostumbrados como estamos a que nos transporte por distintas épocas, en este primer capítulo titulado “Con el tiempo en los talones”, nos hemos dejado llevar hasta el Festival de Cine de San Sebastian de 1958, en el que Alfred Hitchcock presentó una de sus obras maestras, Vértigo”.

Como ocurre con las películas de Hitchcock, la trama de “Con el Tiempo en los talones” es lo de menos, porque lo que realmente sorprende es que los realizadores han sabido captar toda la esencia de las películas de Alfred Hitchcock, haciéndole un enorme homenaje al director inglés. A lo largo del capítulo veremos imágenes que nos recordaran a “La ventana indiscreta”,  a “Cortina rasgada” y claro, a “Vértigo”. Y  estas escenas y  la música que recrea las notas del otro genio, Bernard Herrmann, nos harán testigos de cómo va reproduciéndose la atmósfera y la magia de aquellas películas hasta que se obra el milagro total gracias al personaje de Amelia (Aura Garrido).

Aura Garrido y José Ángel Egido. ¿ O acaso son Tippi Hedren y Alfred Hitchcock?

Amelia nos aparece arrebatadora, con el peinado recogido como Tippi Hedren en “Los Pájaros“, luciendo aquel traje chaqueta verde que atraía a las gaviotas en la original y que aquí atrae a Hitchcock, (interpretado magistralmente por José Ángel Egido) goloso de Amelia, de querer añadirla a su elenco de actrices míticas. Veremos a Amelia rechazando la invitación de Hitchcock, pero a la vez inspirando para él el peinado y el vestido que “Hitch” utilizaría para Hedren en “Los Pájaros” cuando nosotros sabemos que es precisamente al revés.

Lo que no sabemos es qué nos depararán los funcionarios viajeros del Ministerio del Tiempo en sus próximos capítulos. Pero les dejaremos hacer, lo iremos descubriendo poco a poco porque ni ellos ni nosotros podemos viajar hasta el futuro. Porque el tiempo, es el que es.